La brecha tecnológica entre zonas urbanas y rurales representa una desigualdad en el acceso a la tecnología que limita el desarrollo social y económico de comunidades enteras. A pesar de los avances globales en infraestructura, persisten disparidades marcadas que condicionan el presente y futuro de millones de personas.
La tecnología se mide en tres dimensiones principales: infraestructura, uso y capacidades. La infraestructura incluye la cobertura de redes y dispositivos; el uso se refiere a la frecuencia y variedad de actividades digitales; y las capacidades describen las habilidades para aprovechar las herramientas disponibles.
En Latinoamérica y el Caribe, en 2022 el 79% de la población urbana contaba con conectividad significativa y estable, frente al 43,4% en zonas rurales, lo que revela una brecha de acceso persistente de 36 puntos porcentuales.
Varios factores explican por qué los entornos rurales quedan rezagados:
La falta de conectividad impacta directamente en la calidad de vida y las oportunidades:
España también refleja esta realidad: en 2022, el 21,7% de los habitantes rurales no tenía acceso regular a Internet, a pesar de un ligero aumento interanual en la cobertura.
Aunque existen proyectos relevantes, la inversión insuficiente para cerrar la brecha limita su impacto. Es esencial combinar infraestructura con formación y sensibilización comunitaria.
Algunas estrategias prometedoras son:
Para lograr una inclusión digital justa y equitativa, gobiernos, sector privado y sociedad civil deben colaborar en:
El compromiso sostenido y la participación activa de las propias comunidades rurales son fundamentales. Solo así podremos transformar la transformación digital en un motor de desarrollo que beneficie con equidad a todas las regiones.
Referencias