La infraestructura es mucho más que cemento y acero. Es la columna vertebral que sostiene el desarrollo, la productividad y la cohesión de un país. En este artículo analizamos cómo la inversión en infraestructura básica se convierte en un motor fundamental para fortalecer la demanda interna y fomentar el crecimiento sostenible.
La infraestructura actúa a través de múltiples vías. En el corto plazo, el gasto público en carreteras, energía o telecomunicaciones incrementa la demanda agregada a nivel local gracias a la contratación de materiales, maquinaria y mano de obra. Pero su influencia no se agota allí.
A mediano y largo plazo, los proyectos de infraestructura reducen costos logísticos, mejoran servicios y facilitan el acceso a nuevos mercados y territorios. De esta forma, la productividad a mediano y largo plazo se eleva y se profundiza el impacto sobre la actividad económica.
Los efectos de la inversión en infraestructura sobre la economía doméstica pueden agruparse en tres canales principales:
Estos canales interactúan y refuerzan mutuamente sus beneficios, creando un círculo virtuoso que potencia la demanda interna y la competitividad de las economías.
En México, la formación bruta de capital fijo público representó entre 2.50% y 2.54% del PIB entre 2020 y 2022. Aunque esta proporción puede parecer moderada, su aporte al crecimiento es significativo cuando se canaliza adecuadamente.
El Fondo Monetario Internacional ha señalado que si los países con margen fiscal aumentaran su inversión en infraestructura en 0.5% del PIB en 2021 y un punto porcentual en 2022, el impacto global sería notable, gracias a los encadenamientos comerciales y los efectos secundarios internacionales.
En Colombia, estudios muestran que la elasticidad producto de la infraestructura alcanza 0.585, casi el doble de la del capital empresarial (0.329), lo que evidencia el poder de la infraestructura para impulsar la demanda interna.
En épocas de desaceleración económica, la inversión en infraestructura se convierte en un elemento clave de reactivación. Cuando existen recursos ociosos y tasas de interés bajas, el multiplicador del gasto público alcanza su máxima eficiencia, sin generar presiones inflacionarias adversas.
Proyectos de construcción permiten aprovechar la capacidad instalada, generar empleo y revitalizar la demanda interna, sentando bases sólidas para la recuperación y la competitividad a largo plazo.
No todas las infraestructuras tienen el mismo efecto. Podemos distinguir al menos cuatro categorías fundamentales:
Cada tipo de infraestructura aporta beneficios únicos, pero su integración es la que potencia su verdadero alcance.
La eficacia de la inversión depende en gran medida de la calidad de las instituciones y la regulación. La transparencia en la gestión pública y la planeación estratégica son determinantes para maximizar el retorno social y económico de los recursos invertidos.
En cuanto a la financiación, las asociaciones público-privadas surgen como una alternativa para ampliar los recursos disponibles, siempre que se aseguren condiciones equitativas y asociaciones público-privadas eficaces y transparentes.
La infraestructura sostenible, alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, no solo impulsa la demanda interna, sino que también garantiza un equilibrio entre crecimiento económico, cuidado ambiental y equidad social.
Proyectos integrales de movilidad urbana, energía renovable y gestión del agua pueden transformar comunidades y estimular un consumo responsable y duradero.
La evidencia es contundente: la inversión en infraestructura no solo reactiva economías, sino que fortalece las bases productivas y mejora la calidad de vida. Para maximizar su impacto, se recomienda:
De esta manera, los países pueden impulsar una demanda interna sólida, dinamizar sus economías y construir un futuro más próspero y equitativo para sus ciudadanos.
Referencias